ENTREVISTA con… Antonio Rial Boubeta

El profesor Antonio Rial Boubeta es uno de los referentes en España en el uso de la tecnología en la infancia y la adolescencia. Es autor de más de 150 artículos en revistas de impacto internacional y ha dirigido más de una veintena de tesis doctorales sobre esta temática. Es posiblemente el investigador que ha liderado los estudios más relevantes llevados a cabo en nuestro país en este ámbito. Ha formado parte del comité de personas expertas creado por el Ministerio de Juventud e Infancia, para la elaboración de la Ley Órganica de Protección de los Menores en el Entorno Digital y actualmente asesora a la Consellería de Educación en la elaboración del Plan de Bienestar Digital de Galicia.

 

¿Tenemos realmente un problema con la tecnología?

Pues, sin querer ser alarmista, a mi modo de ver sí, lo queramos ver o no. El acceso cada vez más temprano y el uso cada vez más frecuente, intensivo y sin supervisión de los dispositivos digitales por parte de niños, niñas y adolescentes viene desde hace tiempo generando no pocos problemas. Lo primero en términos de salud: el que un niño desde pequeño esté usando pantallas constantemente, hace que crezca “impactado” por algo realmente muy potente. Esa exposición temprana tiene efectos en su salud, en la bioquímica del cerebro, en sus ritmos biológicos, en los procesos cognitivos y las funciones ejecutivas (atención, percepción, memoria…). Todo ello en la etapa de la vida más plástica, más moldeable, donde se está formando el cerebro. Eso ya lo advirtió la OMS en un informe del año 2014, señalando que era un problema de salud pública, insistiendo en todo lo que tiene que ver con el estilo de vida, las rutinas, el sedentarismo, la alimentación, mayores tasas de sobrepeso y obesidad, la higiene del sueño… La parte del sueño me parece especialmente importante, porque contribuye precisamente a estabilizar los ritmos biológicos, los procesos cognitivos y el desarrollo del cerebro. Si un niño no duerme una serie de horas y no duerme bien, el desarrollo cognitivo se va a ver afectado.

Y luego está el impacto a nivel emocional, no menos importante. Aquellas niñas y niños que se construyen alrededor de las pantallas (y en particular de las redes sociales), suelen tener más problemas a nivel emocional, especialmente en la adolescencia, ya que su autoestima, la aceptación de su propio cuerpo, depende a menudo del like de los otros. Eso va generando una suerte de vulnerabilidad emocional y, por tanto, una mayor fragilidad que se traduce en mayores tasas de ansiedad y depresión e incluso de ideación suicida.

 

¿Cómo es la relación entre tecnología y salud mental en la adolescencia?

A decir verdad, la relación es bidireccional, actúa como un círculo vicioso. Si estoy en un momento delicado, en una situación de fragilidad emocional y no estoy bien construido desde el punto de vista emocional, o no tengo el apoyo suficiente en mi entorno voy a buscar esa aceptación en las redes sociales. Es una pescadilla que se muerde la cola y termina generando un problema de salud mental. En los estudios que tuve la oportunidad de dirigir con UNICEF, con muestras de hasta 100.000 adolescentes, se pudo comprobar que aquellos adolescentes que tienen un alto nivel de sobreexposición en las redes sociales tienen más malestar emocional, menor satisfacción con la vida y las tasas de depresión se multiplican por tres o por cuatro. Peo sería un error echar toda la culpa de los problemas de salud mental de los adolescentes a los móviles o las redes sociales. Son diversos los factores que nos han llevado a esta situación: los estilos de crianza, los cambios de las familias, la sobreprotección, los problemas de conciliación, los modelos aspiracionales que propone la sociedad, con un enfoque cada vez más individualista, con relaciones más líquidas, efímeras y frágiles… No se puede descartar que aquellos chavales que tienen un cierto vacío vital, que experimentan soledad y falta de vínculos sólidos a nivel emocional con su entorno, puedan desarrollar un uso desadaptativo de las pantallas. Al final, si uno tiene una falta de apoyo emocional va a tender por naturaleza, por propia supervivencia, a buscar relaciones en otros lugares de mayor accesibilidad, como son las redes sociales, de modo que tener una cierta vulnerabilidad emocional, falta de vínculo o problemas de autoestima termina convirtiéndose en un factor de riesgo.

Lo que estamos viendo en diferentes estudios es que cada vez los adolescentes tienen una menor conexión con el entorno más próximo y con uno mismo. Y, por otro lado, se establecen relaciones más de conveniencia, donde el refuerzo inmediato es lo que prima. Relaciones de quita y pon. Con lo cual, cada vez hay más chavales que están demandando atención psicológica precisamente porque hay una carencia de vínculos y una falta de amistades sólidas en las que poder confiar. Cada vez es más habitual encontrar adolescentes que no tienen amigos, que están solos. Y esto, fíjate, en una sociedad hiperconectada en la que tú le preguntas a cualquiera de esos chavales y tienen 2.000 amigos en TikTok o en Instagram.

 

¿Se están generando nuevas formas de adicción? ¿cuáles?

Efectivamente hay otro elemento que también es preocupante: se están generando nuevas formas de adicción que hace años no existían o que han cambiado de forma vertiginosa. Me refiero al juego (gambling) y a los videojuegos (gaming). Aunque la adicción al juego está reconocida por la OMS desde el año 1980, las prácticas de juego han cambiado mucho. Del bingo, los casinos, las quinielas, las loterías, o las propias cartas, que tenían un perfil más o menos “tipo”, con una comorbilidad relacionada de tabaquismo, alcoholismo… varones de 40 a 50 años, etc., hoy en día con el desembarco del juego online se han multiplicado las opciones a las que se puede jugar y se ha diversificado el perfil del jugador. Cada vez son más los jóvenes y en particular los menores, los que juegan. Estamos hablando ya de un 21% de adolescentes que, siendo una práctica ilícita para menores, han jugado en el último año, según la última encuesta ESTUDES, que sitúa en un 4,7% la tasa de una posible ludopatía, lo que significa estar hablando de más de 100.000 adolescentes. Aunque parece un porcentaje pequeño, realmente son muchos, por lo que es un serio problema de salud pública, sobre todo si pensamos que ese porcentaje es 4 veces mayor que en adultos.

En cuanto a los videojuegos el problema se está haciendo cada vez mayor, sobre todo porque los videojuegos constituyen uno de los principales canales de ocio de los niños en España. Entre los 11 y los 14 años juegan habitualmente a videojuegos el 84% de los niños y entre los 6 a 10 años el 79%. El diseño de muchos de los videojuegos “top” en estos momentos los hace potencialmente adictivos, algo que ya ha sido advertido también por la OMS. Concretamente en el año 2022 se introdujo definitivamente en la CIE-11 el Trastorno por Uso de Videojuegos o Gaming Disorder, como una adicción propiamente dicha más. El último ESTUDES advierte que podría estar afectando a un 5,1% de los adolescentes españoles, es decir, cerca de 150.000 chavales.

Por último, tenemos el Uso Compulsivo o Problemático de Internet y las redes sociales, que en mi opinión tal vez sea el más preocupante de todos. Más allá de que todavía no sea reconocida por la OMS como una adicción, los porcentajes son mayores que en las otras dos: estamos hablando de 1 de cada 5 adolescentes, más de medio millón de adolescentes a los que el consumo de redes sociales les está generando un alto grado de interferencia en su día a día. Creo que todos estos datos nos deben hacer caer en la cuenta de que tenemos un problema serio y que debemos ponernos a trabajar en serio. No solamente estamos hablando de salud física, ni de adicción, sino también estamos hablando del impacto a nivel de salud mental y desarrollo como personas de las nuevas generaciones.

 

¿Qué se está haciendo a nivel de prevención?

A mí me gusta hablar siempre de una Pirámide de Prevención, en la que la base está la sociedad, las instituciones, la Administración; en el medio están las familias y los centros educativos; y en la parte de arriba (que es justamente la parte más pequeña) están los chavales. Es curioso, porque llevamos décadas fiando casi todo el esfuerzo preventivo a tratar de incidir directamente en los chavales, a través de una herramienta que nos suena muy bien, que es el recurso típico, pero que ha demostrado servir para muy poco: las charlas. Nuestro objetivo anual es ver si somo capaces de que cada año vengan otros a darle 3 o 4 charlas sobre estas temáticas a nuestros hijos. Pero realmente captar la atención de estos chavales, ser capaz de transmitir un mensaje claro y potente, que perdure en el tiempo y sirva para cambiar su conducta es muy difícil. Realmente el concepto charla puede ser útil, pero es bastante ineficaz. Tenemos que hacer otras cosas. El ámbito educativo tenemos que desarrollar programas, que no es lo mismo que un conjunto de charlas.

Hay que trabajar durante todo el año de manera continuada, de manera integral, vinculado al proyecto educativo de cada centro y al plan de acción tutorial. Luego, evidentemente, hay que darle una vuelta grande a la prevención familiar. Tenemos que trabajar de otra manera con las familias. Hay que comprometer a las familias. En la parte inferior de la pirámide es donde están precisamente la Administración y las   instituciones. Los políticos tienen que ser conscientes de que estamos jugando ante un tema de salud pública, con serias implicaciones a nivel de convivencia, de salud mental y de desarrollo de las nuevas generaciones. Si no hacemos nada, la deriva necesariamente no va a ser buena. Y en ocasiones será necesario limitar o restringir. Nos guste o no, porque limitar es proteger.

 

Y la industria ¿qué responsabilidad tiene?

La industria tecnológica puede hacer mucho más para garantizar que los menores tengan un marco de protección en el entorno digital. Lo que está sucediendo con las redes sociales y con determinadas plataformas es claramente perverso: niñas y niños que están sobreexpuestos en las redes sociales y que acceden a contenidos muy nocivos a edades muy tempranas. Eso tiene una traducción directa en su salud mental y en su desarrollo como personas. La industria tiene que hacer un ejercicio de compromiso. Dejémonos de buenismos, tiene que haber sanciones. A quien más hay que exigir es a quien obtiene rendimiento económico de todo ello: la industria tecnológica. Si yo llego a un bar y veo que hay media docena de menores bebiendo alcohol, la responsabilidad y la sanción ¿sobre quién recae? Sobre el dueño del bar. En este caso es Meta, es Instagram, es TikTok, YouTube, Twitch, OnlyFans, la industria del videojuego, del porno… quienes tienen que ejercer el mayor grado de responsabilidad.  Entras en una red social como TikTok y ves que hay millones de niñas y niños con perfiles abiertos y muchos claramente sexualizados. Están sacando rentabilidad económica de todo ello a través de la comercialización de sus datos personales. Los desarrolladores deberían tener en cuenta que una parte importante de sus clientes reales y potenciales son a día de hoy adolescentes. Son perfectamente conocedores de ello y tienen la obligación de protegerlos. Cuando diseñan las aplicaciones deberían tener en cuenta al usuario final (Safety by Design) y establecer los cortafuegos oportunos. La industria no puede estar haciendo negocio con niños de 9, 10, 11 o 12 años, en una situación de vulnerabilidad y desprotección manifiesta.

 

¿Es posible mantener una relación saludable entre adolescencia y dispositivos digitales?

Por supuesto que sí. Podría y debería, si las cosas se hacen bien, en un marco de responsabilidad por todas las partes. No podemos caer en la torpeza de poner a la tecnología en el origen de todos los males de la sociedad y, en particular, los de la adolescencia. La tecnología puede ser un buen recurso emocional, una excelente herramienta de contacto social, de entretenimiento, de aprendizaje… Pero siempre que tengamos otros elementos y canales de ocio alternativos que promuevan la actividad física, la vida saludable, el contacto social cara a cara y un desarrollo socioafectivo adecuado. Si se restringe exclusivamente a las pantallas entonces es cuando surge el problema. Lo que no podemos es pensar que un niño de 12 años tiene capacidad de autorregularse con la tecnología. En el cerebro de un adolescente el córtex prefrontal todavía se está formando y las estructuras que lo conectan con el sistema límbico, que unen la parte racional y la emocional, tampoco están formadas. Por tanto, no es un buen tomador de decisiones. Más, si cabe, cuando la tecnología está pensada, desde el punto de vista del marketing, para enganchar.

Es evidente que el peso que la tecnología ha terminado adquiriendo en nuestras vidas (y particularmente de los más jóvenes) está provocando importantes desequilibrios. Un móvil para un chaval de 13 o 14 años es como una gran lámpara de Aladino, que le permite tener acceso a cuanto quiera: contacto social, amigos, entretenimiento, ocio, diversión, amor, autoestima, placer, sexo… lo que quiera tener, en definitiva. Creo que es ingenuo pensar que mi hijo con ese móvil en la mesilla no lo va a tocar durante toda la noche. La capacidad de autogestión que tiene un niño de 13 años es muy limitada y el atractivo de la lámpara demasiado grande. Por eso debemos ser nosotros los que tenemos que ejercer esa responsabilidad y quitar presencia de la tecnología en su día a día. No es bueno que un niño de primaria lleve el móvil a clase y tal como está el patio en secundaria tampoco. Porque en los patios es cuando se están produciendo las mayores tasas de sexting o de ciberacoso. Quitemos el móvil de esos escenarios. Quitemos el móvil de un montón de horas del día donde sencillamente están de más. Daremos la posibilidad de que en los recreos se hagan otras cosas, contribuyendo positivamente a su desarrollo a nivel social. Si no lo hacemos, la balanza claramente seguirá desequilibrada.

 

¿Y qué opinas de la presencia de las pantallas en las aulas?

Es necesario abrir ese melón y hacerlo desde la honestidad y el sentido común. Nadie debe sentirse atacado. Debemos interpretar este momento como una oportunidad de reflexión y de mejora. Todas las opiniones merecen ser oídas, aunque no todas tengan el mismo valor. La evidencia científica nos dice que nos hemos excedido en la digitalización de las aulas y tal vez convenga reducir una o dos marchas.  No se trata de eliminar la tecnología de los centros educativos y de las aulas. En la última década hemos hecho un esfuerzo realmente valioso en equipar tecnológicamente las aulas y digitalizar la educación, pero posiblemente nos hallamos pasado de frenada, sobre todo si pensamos en la educación infantil, primaria o secundaria obligatoria. Es lógico que muchas madres y padres lo encuentren incluso incongruente cuando ven que muchas de las taras del colegio las tiene que hacer y entregar a través de un ordenador, algo que realmente les genera dificultades para gestionar un buen uso de la tecnología en su propia casa. Creo que estamos ante una magnífica oportunidad para mejorar la calidad docente y recuperar el sentido más genuino de la educación, al menos eso es lo que señalan los grandes gurús de Silicon Valley.

 

¿Qué podemos hacer desde el AMPA del Colegio Peleteiro?

Honestamente creo que tanto la dirección, como el profesorado y el AMPA del colegio Peleteiro se han dado cuenta de que hay un problema con el uso de la tecnología y han empezado por hacer autocrítica. Fruto de esa reflexión se han dado algunos pasos importantes y de manera coordinada, algo que es fundamental. El colegio sin las familias (y viceversa) no va a ningún lado. De nada sirve trabajar en las aulas si ese trabajo no se refuerza desde casa. Por eso quiero agradeceros y felicitaros, especialmente por la puesta en marcha el pasado año del Plan de Bienestar Digital, trabajando de forma simultánea y sostenida con el alumnado, el profesorado y las familias, toda la comunidad educativa. Dejando las culpas a un lado y arrimando el hombro.

Creo que se han dado pasos muy importantes en ese sentido y me siento un privilegiado de haber podido participar en ello. No obstante, creo que una de las asignaturas pendientes sigue siendo las familias. Aunque desde el AMPA se están haciendo un gran esfuerzo, la capacidad de movilizar y comprometer a muchas madres y padres siguen siendo todavía limitada, ya que muchos siguen sin ser conscientes del problema y parece que no va con ellos… hasta que te toca. A las charlas acude casi siempre un 10% y justamente los que tal vez menos lo necesiten, los que están más sensibilizados y ya hacen medianamente bien las cosas en casa. Es necesario seguir movilizando a las familias, hablarles claro, pero sin culpabilizarlas. Sabemos que no siempre hay tiempo, pero tenemos que seguir remando. Tenemos que ayudarles a ser valientes, a implicarse, a tomar partido más que nunca en la educación de sus hijos, a dejarse guiar, dándoles la seguridad y las pautas que necesitan. Las restricciones, las normas y los límites son útiles para proteger a nuestros hijos a determinadas edades.

 

¿Algún consejo?

Ya sabemos el dicho de que “Quen da consellos non da cartos”, pero tenemos que intentar disminuir el peso de la tecnología en el día de nuestros hijos. No puede ser que un niño duerma con el móvil en la habitación. No puede ser que se pase las tardes jugando a videojuegos, que en los pocos espacios de convivencia que nos quedan, una comida o una cena en familia, esté siempre el móvil de por medio. Y tenemos que dar ejemplo. Aquellos chavales cuyos padres utilizan el móvil a la hora de comer presentan significativamente más problemas con la tecnología y más conductas de riesgo en Internet. Cuando el ejemplo no es bueno perdemos cualquier tipo de autoridad para llamarles la atención. Creo también (y la evidencia científica no deja lugar a dudas) que debemos retardar la edad de acceso al primer móvil. Los estudios dicen que cuanto más pequeño, más vulnerable es un niño y, por tanto, mayor la probabilidad de que su conducta se convierta en un problema, no solamente a nivel de adicción, sino también a nivel de salud mental y de convivencia. No es lo mismo dar un móvil con 11 años que darlo a los 14. La presión social existe, pero no es la misma. Si lo retrasamos 3 años, los problemas se reducen a la mitad. Hay cosas que sí podemos hacer. No es necesario que lo imponga una ley. Es algo que debe salir del sentido común.

Pero con establecer límites no es suficiente. Debemos apostar más que nunca por la educación, esforzarnos por educar activamente a nuestros hijos. Como padres y como madres, como educadores, debemos reforzar más que nunca las competencias humanas, empezando por mejorar la comunicación entre padres e hijos, la educación en valores, la asertividad, la empatía y el pensamiento crítico. Así tendremos individuos más capaces y menos vulnerables. Las instituciones, y en particular las familias, tenemos un protagonismo y una responsabilidad mayor de la que pensamos. Si como hemos dicho, la vulnerabilidad a nivel emocional es un caldo de cultivo muy potente para generar un uso desadaptativo del entorno digital, lo que deberíamos hacer es reforzar las competencias humanas y emocionales de nuestros hijos. Tenemos que revisar cómo los estamos educando, desde el punto de vista de los valores y de las emociones. Queremos tener arquitectos e ingenieros, bioquímicos y astrofísicos, pero realmente tenemos a personas muy débiles e inseguras desde el punto de vista emocional y tremendamente vulnerables.

 

Para un adolescente un móvil es como la gran lámpara de Aladino, ¿qué no puede obtener un niño con un móvil en la mano? Pedirle al niño que se autogestione cuando duerme con él en la mesilla de noche me parece una ingenuidad.

 

Cada vez es más habitual encontrar adolescentes que no tienen amigos, que están solos. Y esto, fíjate, en una sociedad hiperconectada en la que tú le preguntas a cualquiera de esos chavales y tienen 2.000 amigos en TikTok o en Instagram.

 

Probablemente nos hemos dejado cegar por las bondades de la tecnología y hemos hecho en los últimos años un esfuerzo inmenso en digitalizar las aulas, pero eso no siempre va en favor de un mejor aprendizaje, un mayor rendimiento a nivel académico o una mejor educación. 

 

Creo también (y la evidencia científica no deja lugar a dudas) que debemos retardar la edad de acceso al primer móvil. Los estudios dicen que cuanto más pequeño, más vulnerable es un niño y, por tanto, mayor la probabilidad de que su conducta se convierta en un problema, no solamente a nivel de adicción, sino también a nivel de salud mental y de convivencia

 

Como padres y como madres, como educadores, debemos reforzar más que nunca las competencias humanas, empezando por mejorar la comunicación entre padres e hijos, la educación en valores, la asertividad, la empatía y el pensamiento crítico

 

TALLER PARA LAS FAMILIAS 5

¿Entendemos realmente el acoso escolar? Trabajando la prevención desde todos los ángulos.
Javier Pérez Aznar (coordinador del Programa TEI)

TALLER PARA LAS FAMILIAS 4

¿Entendemos realmente el acoso escolar? Trabajando la prevención desde todos los ángulos.
Javier Pérez Aznar (coordinador del Programa TEI)

ENTREVISTA con… Javier Pérez Aznar

Entrevista con Javier Pérez Aznar: Psicólogo, experto en prevención del acoso escolar y coordinador del Programa TEI (Tutorías Entre Iguales).   Según la UNESCO 1 de cada 3 chavales en