Vamos 241

[ 44 ] VAMOS nuestros trabajos La mona se mira en el espejo. Ve su castaño pelo suave y su boca sonrien- te, pero se da cuenta de que falta algo. Al día siguiente, pasa por una tienda y, ahí en el escaparate, lo ve. Un precioso vestido de seda al que parecen rodear luces angelicales. Entra y lo compra. En su casa vuelve a mirarse en el espejo y se adora. Se siente preciosa. La critican por vestir esos ropajes, pero ella no lo entiende. ¿Acaso no sigue siendo en el fondo la misma persona? ¿Por qué es algo malo preocuparse por la belleza? No le molesta al trepar por las ramas ni para colgarse de las lianas. Entonces, ¿por qué no iba a poder ponerse guapa? Esta es la sociedad de la inmediatez y de la claridad. Se exige que el conteni- do sea breve y directo y, con un público cada vez más exigente, lo que no cum- ple estos estándares va al vacío. A los periodistas y narradores se los intenta medir por estos mismos patrones. Con este método cada vez se está restrin- giendo más y más la libertad de cada quien de hablar como y de lo que quie- ra. Ser directo es perfecto cuando el úni- co objetivo es informar, pero no siempre basta con esto. Hay veces que es nece- sario emocionar, transmitir algo más que vacías palabras que con el tiempo se van borrando como la tinta bajo la llu- via que es el mundo. ¿Por qué yo, como escritora (o intento de serlo), tengo que ajustarme a las medidas de una socie- dad cada vez más constringente? ¿Por qué mis palabras tienen que ser casi te- legráficas? ¿Por qué la tierra no puede dejar de dar vueltas por un segundo y hacer que la gente pare y respire? La respuesta es evidente y también lo que lleva moviendo el mundo desde que llegó la humanidad: el dinero. Ahora puedo decir lo que quiera gracias a mi privilegio de niña de instituto de clase media alta que no tiene que preocupar- se por cosas como comer o dormir bajo un techo. En cuanto salga al mundo solo me quedan dos caminos: o seguir con lo que yo considero mi arte sin romper mis principios y no tener dinero ni para com- prarme un Big Mac o unirme al flujo de ovejas que siguen al pastor invisible que dictamina todos nuestros pasos. El arte ya no existe. Ha sido corrompido por una sociedad hiperconsumista a la que solo le importa el valor económico de las co- sas. Una mujer gritando en un museo se vuelve una obra de arte porque es mi- llonaria, una cama de madera llega a un museo y el artista ya es millonario. No se para a apreciar el mensaje, el trabajo, las emociones que transmite esa obra. Solo importa una cifra absurda que se le pone por cuatro críticas de personas que creen estar capacitadas para decidir destinos enteros. Y mientras, mi futuro yo y otros mu- chos estaremos en las puertas de los museos o de las librerías viendo como objetos vacíos y carentes de total sentido y valor son adorados como dioses. Nos sentaremos en las puertas y escuchare- mos a la gente hablar de la genialidad de algo que no entienden, solo porque han escuchado a otra persona mucho más famosa decir esas mismas pala- bras. Llegados a este punto cabe pre- guntarse qué se debe hacer. Yo lo tengo muy claro.Mientras pueda voy a seguir escribiendo como quiera, haciendo lar- gas oraciones que se curven en el aire como el humo de las pipas, como la nie- bla en las montañas al amanecer dora- do que ilumina un mundo incierto. Mis mensajes volarán poco, serán gorriones en busca de algún alma cándida que los acepte dentro de su hogar en las lar- gas noches de invierno; pero volarán: ex- tenderán sus alas y se lanzarán hacia el vacío sin miedo, saliendo aún más glo- riosos de lo que entraron. Y, cuando ya no sea capaz de vivir dán- dole a conocer al mundo mis pequeños versos, mis historias neonatas; seguiré escribiéndolas. Las guardaré en un cofre debajo del mar, en una botella que cruce océanos, en una casa abandonada, en una mansión embrujada. De esta manera puede que algún día alguien las descubra, las lea y sepa apre- ciar el pequeño trocito de mi alma que tiene entre sus manos. Carlota Ocáriz 4 º ESO La mona y la seda

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