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VAMOS [ 59 ] emparentar con monarquías, en oposición constante a los arraigados intereses de la no- bleza terrateniente de León. Esta tesis tradi- cionalista fue seguida también por Gonzalo Martínez Diez, quien ve en el padre del Cid a un «capitán de frontera» de poco relieve cuan- do señala «la ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I nos confirma que el infanzón de Vivar no figuró en ningún momento entre los primeros magnates del reino.​ Ahora bien, esta visión se conjuga mal con la calificación de la Historia Roderici, que ha- bla de Rodrigo Díaz como «varón ilustrísimo», es decir, perteneciente a la aristocracia; en el mismo sentido se pronuncia el Carmen Cam- pidoctoris, que lo hace «nobiliori de genere ortus»​('descendiente del más noble linaje').​ El patrimonio que Rodrigo heredó de su pa- dre era extenso, e incluía propiedades en nu- merosas localidades de la comarca del valle del río Ubierna, Burgos, lo que solo era dado a unmagnate de la alta aristocracia, para lo que no obsta haber adquirido estas potestades en su vida de guerrero en la frontera, como sí fue el caso del padre del Cid.​ Se conjetura que el padre de Rodrigo Díaz no perteneció a la corte real o bien por la oposición de un hermano (o medio hermano) suyo, Fernando Flaínez, a Fernando I, o bien por haber nacido de matrimonio ilegítimo, lo que parece más probable. Desde que Menéndez Pidal dijera que el padre del Cid no fue un miembro de la «pri- mera nobleza»​los autores que le siguieron lo han considerado generalmente un infanzón, es decir, un miembro de la pequeña nobleza castellana. Entre 2000 y 2002 los trabajos genealógicos de unos historiadores encontraron que el Die- go Flaínez, que cita la Historia Roderici como progenitor, y en general, todos los ancestros por parte de padre que recoge la biografía la- tina, coinciden exactamente con la estirpe de la ilustre familia leonesa de los Flaínez, una de las cuatro familias más poderosas del reino de León desde comienzos del siglo X, condes emparentados con los Banu Gómez, Ramiro II de León y los reyes de Asturias.​Esta ascen- dencia ha sido defendida también en diversos trabajos del siglo xxi.​En su edición del Cantar de mio Cid de 2011,se reafirmó la veracidad de la genealogía de Historia Roderici. No obstaría a este respecto la aparente dis- crepancia del abuelo del Campeador Flaín Muñoz con la variante «Flaynum Nunez​(Flaín Nuñez) que registra la Historia Roderici, ya que era habitual la confusión entre Munio y Nunio y sus variantes (Muñoz / Munioz / Mu- niez / Nuniez / Nunioz / Nuñez), y eran inter- cambiables los sufijos patronímicos –oz y –ez en este momento de la historia. En cuanto al Flaín Calvo que la Historia Roderici​señala como cabeza de la estirpe, si bien Margarita Torres conjetura que podría aludir a un Flaín Fernández al que la biografía latina añadió el sobrenombre de Calvo,​Montaner prefiere considerarlo un cognomento procedente de la tradición oral. Posteriormente, el Linage de Rodric Díaz, hacia 1195, identificó a Flaín Calvo con un supuesto Juez de Castilla, Laín Calvo, que junto con Nuño Rasura –ambos falsos– inaugurarían la estirpe mítica de los jerarcas de Castilla. De su madre se conoce el apellido, Rodrí- guez (más inseguro es su nombre, que podría ser María, Sancha o Teresa), hija de Rodrigo Álvarez, miembro de uno de los linajes de la alta nobleza castellana. El abuelomaterno del Campeador formó parte del séquito de Fer- nando I de León desde la unción regia de este último el 21 de junio de 1038 hasta 1066. En 1058, siendo muy joven, entró en el ser- vicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su curia noble. Este temprano ingre- so en el séquito del infante Sancho II es otro indicio que lleva a pensar que el muchacho Rodrigo Díaz no era un humilde infanzón. En definitiva, el mito del Cid como perteneciente a la más baja nobleza parece más bien un intento de acomodar la genealogía de los míticos Jueces de Castilla del Linage de Rodric Díaz y sus descendientes, y del personaje legendario del Cantar de mio Cid, para destacar la heroicidad del protagonista. En resumen, es seguro que Rodrigo Díaz desciende por línea materna de la nobleza de los magnates y, de aceptar la tesis de Mar- garita Torres, también por la paterna. En todo caso, tanto el alcance de las propiedades con que dota a su mujer en la carta de arras de 1079,​como la presencia desde muy joven en el séquito regio o las labores que desempeña en la corte de Alfonso VI, son suficientes para concluir que el Cid fue un miembro de la alta aristocracia. NUESTROS TRABAJOS

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