Vamos 243
91 NUESTROS RELATOS resto se dan cuenta y vienen conmigo. La puerta daba directamente hacia la piscina. investigamos todos los cuartos que había dentro de la cubier- ta. Afortunadamente, el único cuarto abierto era el que necesitábamos, agobiadas cerramos la puerta y descubrimos unas escaleras. Sin pen- sarlo más, las bajamos y aparecemos en una ex- traña sala bastante iluminada para ser un sótano. Cuando nos acostumbramos a la luz, miramos a su alrededor y observamos que estamos rodea- das de tubos y cables. Al fondo de este largo y estrecho tubo hay una puerta. Emocionadas co- rremos hacia ella, llevándonos todo por delante. Sorprendentemente la puertecita está abierta, pero no me alegro tanto porque una avalancha de nieve nos cubre hasta la cabeza. -¡Qué fría está!- Dice Carolina. - ¡Me voy a congelar! ¡Me voy a morir!- No para de gritar. Noto que tiene mucho miedo. Yo me intento apañar para conseguir moverme. Cuando por fin lo consigo, voy directa hacia la puerta. He salido. Es muy agradable respirar aire fresco. Invitó al resto a que vengan. -¡Venid, he salido!- les grito, y enseguida vienen. Andamos un poco y vemos un camión quitanie- ves en la entrada del colegio. Le pedimos que nos lleve a casa. Nos dice que sí, y también nos dice que hay mucha gente por la ciudad bus- cándonos. Llegamos a casa sanas y salvas. Más bien llegamos a casa de Marta, donde están to- das nuestras familias un poco preocupadas. Sin darnos mucha cuenta hemos vivido una aventura con la que siempre soñamos. Pero aho- ra que ha pasado de verdad no nos ha gustado tanto. Al llegar a clase el día siguiente, todos nos recibieron muy bien, y con mucho cariño. Al final somos una clase realmente unida. la. A lo mejor se han cancelado las clases y hoy tampoco vengan a por nosotras. Pero no digo nada. Ya que no quiero que Carol y Marta se pre- ocupen, aunque creo que lo podrán ver por ellas mismas. Supongo que tendrá que venir alguien a quitar la nieve, el colegio no se puede quedar así, y, además nuestros padres y madres estarán pre- ocupadas por nosotras. Ya pasó mucho desde que nos quedamos aquí atrapadas sin interac- tuar con nadie. -Me aburro, podemos probar a contar las baldo- sas que están incrustadas en el suelo - dijo Marta - Es el entretenimiento que más nos va a durar. -Vale, tú cuentas las de la sala de espera y yo las de el cuarto de la puerta. Yo, como no quería contarlas, me puse a inves- tigar, sobre todo, las esquinas de los cuartos. Al seguir buscando finalmente encontré una taquilla cerrada que tenía una contraseña, pero al final solamente pasé de ella porque pensaba que sim- plemente era una cosa normal. De repente me dí la vuelta y vi a Carolina corriendo hacia mi para decirme que había 135 baldosas en total, yo le dije que no tenía importancia, me senté en un banco suspirando, un rato después se me ocu- rrió una idea ¡El número de baldosas es la con- traseña de la taquilla! Fuí a la taquilla y puse el código 135 y…. ¡La taquilla se abrió! Todas gritamos de alegría, y Carolina interrum- pe nuestra felicidad para decir que desgraciada- mente, no hay nada. Pero aún había más; la nieve había cubierto la puerta, que estaba a punto de ceder por el peso de la nieve. Pero yo me fijo y veo algo brillante de metal que parece una llave. La cojo y rápidamente, sin decirles nada intento abrir la puerta principal. No se abre, así que lo in- tento con las de los vestuarios. ¡La he abierto! El
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MTQwOQ==